06 noviembre 2009

RELATO JAPONES: El MONJE ZEN Y EL LADRÓN:

Había una vez un ladrón especialmente malvado y cruel. Los textos no nos revelan el nombre. Se sabe que vivió durante el período Heian (794-1185), bajo el reinado del sabio emperador Go-SanjoTenno, poco después del año 1000. Su historia recuerda a la de Jean Valjean, el héroe de Víctor Hugo de Los Miserables.
Todos recordamos el episodio en el que Jean Valjean, evadido de presidio, es acogido por monseñor Mijiel de forma bondadosa, obispo de Digne. Por la mañana, Jean Valjean, se escapa, llevándose un plato de plata y dos candelabros. Detenido por los gendarmes y llevado a presencia del obispo dice: “Este hombre no ha robado nada; yo le he regalado este plato argentado y los dos candelabros. Dejadlo marchar en paz.”
Entonces… en el alma del presidiario se enciende una llamita de luz, una llamita que cambiará su vida.
En el cuento zen, el ladrón es un bandido de camino real, sin fe ni ley, pero las dos historias son paralelas.

En aquel tiempo, vivía por los alrededores de Heian-Kyo (capital de la paz y la tranquilidad: nombre actual de la ciudad de Kyoto dado por Temmo-Tennô cuando inauguró esta nueva ciudad en 794. Kyoto, quiere decir simplemente “capital”, no se aplicó a Heian-kyo hasta finales del s.XI) en un templo perdido en el bosque, un monje, conocido por su gran sapiencia, que se llamaba Shichiri Kojun. Aquella noche, el hombre santo se hallaba solo. Recitaba los sutras a los pies de una estatua de Buda. De pronto, la puerta del templo se abre de un portazo. Un hombre de aspecto aterrador, vestido groseramente interrumpe en la sala de las plegarias. Y pone la punta de su larga espada afilada en la garganta de Shichiri:
- ¡Monje! –llamó-. ¡Dame el dinero de las ofrendas i te corto la cabeza y la hago rodar al pie de los altares!
Shichiri, que se encontraba en Siddahasana (postura perfecta), el hombre derecho, las rodillas dobladas, mantuvo la postura y ni un músculo de su rostro se movió:
- Coge el dinero que hay dentro del jarrón de las ofrendas –dijo-, pero no me molestes en mis plegarias.
Y volvió a la recitación de los sutras.
El ladrón fue al lugar indicado y empezó a llenarse los bolsillos. Con las prisas, hacía dringar las monedas y de tanto en tanto se le escapaba una blasfemia cuando una rodaba por el suelo. Hay ue reconocer que la gran espada qu llevaba le molestaba en gran medida.
Al poco, sin girar la cabeza, el monje dijo:
- No te lleves todo el dinero, que mañana por la mañana tengo que pagar el impuesto del templo.
El ladrón, impresionado por la firmeza de la voz y la sangre fría imperturbable del monje, no sin remugar un poco dejó unas cuantas monedas en el fondo del jarrón de las ofrendas.
Ya se iba con su botín cuando el monje aún dijo:
- Cuando se recibe un regalo hay que dar las gracias!¡Hazlo!
El ladrón, subyugado, murmuró confusamente un “gracias”, y desapareció.

Después de un año apresaron al ladrón. El hombre entre otras acciones malas confesó el robo cometido en el templo, delito que estaba castigado con la muerte. En el careo con el monje, oyó con sorpresa que el santo varón declaraba:
- Yo, Shichirim declaro que este hombre no profanó el templo. Le di una gran parte del dinero de las ofrendas, y, le dio las gracias. No hizo ningún daño.
El ladrón tan solo fue condenado a 5 años de cárcel. Cuando salió, fue a encontrar Shichirim al templo perdido en el bosque y se hizo su discípulo. A lo largo de los años, los visitantes y los peregrinos admiraban su profunda piedad. Así lo cuentan las historias del pasado.

En este paisaje de primavera,
No hay mejor ni peor.
Las ramas de las flores broten de forma natural
Hay largas y cortas.
SENTENCIA ZEN

No hay comentarios:

Publicar un comentario

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails