"Aquel día, el padre había sacado la pintura habitual y había colgado, en su lugar, en la hornacina tokonoma, el impresionante halcón de Sesshu. Había pedido a Tomiko que pusiera flores en el jarrón" (pág.110)
"La próxima vez -dijo el padre sin mover la cabeza- traeré el halcón gris. El anticuario sabe muy bien que en Himari nadie tiene el suficiente gusto como para apreciar un rollo de Sesshu." (pág.142)
LA
PINTURA ZENGA DEL PERIODO MUROMACHI:
La pintura Zen llegó junto con el Budismo Zen al Japón. La mayoría de
artistas Zen evidentemente fueron monjes. La pintura Zen, desde el
Japón purificó lo material y lo artificial, quedándose sólo con la esencia. Renuncia
al color y representación desnuda. Se representa la vital existencia, desligada
de cualquier referencia concreta. Se consiguen obras de pocos elementos, que en
vez de mostrar, sugieren espiritualidad. La naturalidad en el arte oriental significa
un intento de atrapar el espíritu de la naturaleza y del hombre en la naturaleza. La
espiritualidad es una de las características de la pintura, entendida como
automatismo, no como azar, y de perfección técnica.
En los
textos Zen se compara muchas veces la vida como una pintura. Idea del vivir el
presente. En la religión
Zen, el pasado sólo existe en nuestra memoria, el futuro en nuestra
imaginación, y lo único que existe es el presente como realidad actual. La
pintura es una obra instantánea y no modificable. Las obras Zen son un intento
de iluminación y provocación hacia el alumno-discípulo. Es un intento de abrir
el tercer ojo, sobre los tres conceptos: Sabi, concepto de solitud (grandes
espacios vacíos); Wabi, utilización de economía de recursos para decir el
máximo (minimo materia=máximo mental); Shibui, trazos poco definidos e
inacabados.
Sesshu. El
maestro más importante de tintas paisajistas japonesas, Sesshu (1420-1506), estudió
pintura Zen en el Shokokuji, en Kioto, bajo la dirección de Shubun, y posteriormente fundó
el estudio Unkoku-an. Pintó obras de gran formato para las paredes del Centro
de Exámenes de Pekín y pudo analizar la pintura académica Ming. Al volver a Japón
reemplazó la ambigüedad espacial e incoherencia en las proporciones características
del poético estilo Shubun por un orden racional y sustantivo. El eje de sus obras
ya no era el vacío sino la
masa. El rasgo dominante era la montaña, era el motivo central.
El espectador dejaba de vagar como en sueños y seguía en cambio los mesurados pasos
de los viajeros. Los pinos gemelos que solían abrazar el espacio de Shubun
ahora desdibujaban la vastedad del lago con su posición central y su directa y
clara elevación. Utilizó sistemáticamente hombres, árboles, ríos, montañas y
templos, todos elementos de básicos de la pintura china. Sus composiciones se
mezclan en el 43 detallismo chino en la parte inferior
para después en la parte superior romperlo. La intención de Sesshu ya no es
pintar paisajes eternos y universales, sino momentos concretos de un
determinado paisaje (cuando empieza a llover o nevar, etc). Sus obras están
definidas por diagonales y utiliza un pincel muy anguloso que da sensación de cristalización.
En su “Paisaje de las costas de Japón” encontramos los elementos de “el puente
hacia el cielo” que simboliza la conexión entre el mundo de los hombres y el mundo
divino, además de un forma muy realista (es un paisaje que existe realmente) y una
gradación tonal que le da volumen.
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